martes, 26 de enero de 2016

Notas Sobre el Zen



Surgido como síntesis entre el Taoísmo y el Budismo Mahayana, el Zen es una escuela de enseñanza tradicional, que tiene como principio la creencia de que todos los seres poseen una naturaleza búdica, por lo que conocerse a uno mismo es conocer y ser la esencia de Buda.  
Esta concepción básica del Zen (cuyo nombre deriva del sánscrito Dhyana, contemplación o meditación) toma como método para restaurar esa conciencia en el ser humano una serie de disciplinas y prácticas artísticas destinadas a provocar el vacío mental del alumno, con el fin de que éste quede libre de ataduras psicológicas, libre de conceptos de toda clase, de ideas preconcebidas, esto es virginal o vacío, pues sólo así estará cualificado para comprender las enseñanzas del Zen, diseñadas por antiguos maestros para conducir, al que lo busca, al conocimiento de sí mismo, clave con la que se abren todos los caminos hacia el conocimiento del Ser Universal.1  Esta es la síntesis de toda la enseñanza Zen, y es en esta simplicidad donde radica su dificultad para expresarla. A medida que uno se adentra en el estudio de estas doctrinas orientales, mucho más difícil se hace poderlas definir. Es más el clima en el que uno queda envuelto, que algo que se pueda fijar o enunciar fácilmente, y aunque podrían haber otras vías desde occidente para penetrarlas, pues tenemos la seguridad de que nada es imposible para la revelación del Espíritu o Inteligencia Universal, sí reconocemos que es gracias a los puentes intelectuales que han establecido autores tradicionales como René Guénon, Federico González, Mircea Eliade, Alan Watts2 o D.T.Suzuki, entre otros, que podemos tratar de explicar nuestra propia comprensión de estas doctrinas, con el único propósito de hacer notar que todas las formas que vehiculan el Conocimiento de la Realidad de Ser son soportes igualmente válidos para todo aquel que busca conocer esa Verdad Transcendente, siempre y cuando uno esté dispuesto a no comprometerse con nada que no sea esa misma Verdad. Es más, esos distintos modelos de expresión que adopta la Tradición Unánime se apoyan entre sí, de modo que una determinada idea o símbolo, puede que se comprenda con mayor claridad al darle un enfoque desde otra perspectiva tradicional, pues éstas no son sino como impresiones plásticas de un mismo "paisaje": el Cosmos. Son manifestaciones del espíritu creador que se encarna en los pueblos y las razas de una manera determinada y que se refleja en su cosmovisión. Las comparaciones que podemos establecer con el modo de ver y entender la vida los diferentes pueblos y civilizaciones de la Tierra, prestando atención a sus símbolos, sus ritos y mitos, sus expresiones artísticas y todo aquello que configuró su historia y su cultura, resulta un método muy provechoso para el estudio de la Ciencia Sagrada, por cuanto uno advierte la coincidencia en lo esencial: la idea de Unidad del Universo, que todas ellas compartenMª Ángeles Díaz. Revista SYMBOLOS Arte - Cultura - Gnosis

sábado, 9 de enero de 2016

En pos de Deméter. Sobre los Mitos

 Deméter.

Los mitos y las historias de los dioses son símbolos que nos ponen en contacto con un modo de pensar ancestral, haciéndonos partícipes de las fuerzas ordenadoras que rigen el mundo. Los mitos son símbolos muchas veces orales, códigos herméticos que transmiten una enseñanza mostrando el modo en que los pueblos antiguos entendieron el Ser del Mundo. Formando un conjunto unitario con el símbolo y el rito, los mitos tratan acerca de las entidades arquetípicas y de los orígenes sagrados de la cultura. Se trata de relatos del plano intermediario, los que ponen al hombre en relación con la deidad, es decir consigo mismo, con su ser esencial. Por estar sustentados en una misma realidad, la de los seres humanos y el Cosmos que habitamos y del que formamos parte, los mitos son universales y es por ello que encontramos tan claros paralelismos entre los mitos de distintos pueblos tradicionales, pues en realidad estos se refieren siempre a principios eternos e inmutables. Por eso comprender la Unidad esencial contenida en las distintas mitologías, es en realidad comprender lo que sería la verdadera unidad de la cultura humana.
De ahí que el relato mítico contenga una historia y una metahistoria y sea núcleo de enseñanzas y revelaciones verdaderamente valiosas, las cuales amplían y universalizan nuestra conciencia coadyuvando así a la posibilidad de que se haga en nosotros el Conocimiento. Se trata, pues, de una enseñanza simbólica e iniciática que utiliza como vehículo de expresión para trasmitir las verdades más elevadas el lenguaje emotivo de la poesía y la fuerza intrínseca de la transmisión oral y escrita, las que tienen que ver con el Verbo divino que el ser humano expresa a su nivel, si es capaz de vivir de acuerdo al modelo propuesto por los mitos (los que expresan ese Verbo), ya sea de forma individual o colectivamente, pues como dice Federico González, el mito
"además de revelar verdades cosmogónicas y proponer un modelo ejemplar de vida y realización, es el factor aglutinante que ha dado cohesión a la existencia de los innumerables pueblos, posibilitando así su organización social".1
Desde luego estas enseñanzas que podemos obtener al estudiar el mito no están referidas a ningún tipo de norma de conducta ni a reglas morales, pues éstas nunca han sido cosas estables sino que están expuestas a la variación continua según los tiempos y grupos humanos. Las conductas a las que aluden los mitos son arquetípicas y por lo tanto válidas para todo tiempo y lugar. Desde el punto de vista de la Tradición Hermética, desde el que siempre nos situamos, es su vigencia y actualidad lo que da al estudio de los mitos todo su valor, por lo que muy poco nos puede interesar la visión "arqueologizante" y clasificatoria propia del mundo "oficialista". Como Ciencia Simbólica, la mitología expresa a través de las aventuras, relaciones familiares, amores, lances y demás acontecimientos entre los dioses (así como el modo en que aparecen implicados en esas aventuras, sus atributos, etc.), una lectura arquetípica y mágica del mundo, lo cual forma parte del núcleo de enseñanzas iniciáticas de la Ciencia Sagrada, la mayor engendradora de ideas, ya que a través de sus disciplinas, basadas sobre todo en el estudio y comprensión de los códigos simbólicos, se logra establecer las correspondencias y analogías permanentes que hay entre las fuerzas invisibles de la naturaleza y el plano de la manifestación donde estas fuerzas se concretizan. Los hombres no crean a los dioses, sino que los descubren y los interpretan, es decir, se nos revela su nombre a través de sus arquetipos o principios inmutables, los que manifestados en todos los fenómenos naturales, tanto físicos, anímicos y espirituales, astrales o telúricos, nos permiten entender parte del misterio de la Vida.



Los mitos son por tanto la explicación simbólica que los hombres dan a todo aquello que, aun siendo un enigma, se muestra como lo más real de la existencia. Se trata de la expresión del misterio de la Creación y del Orden y equilibrio entre los opuestos aparentes (como lo femenino y masculino, yin y yang, simpatía y repulsión) con que ésta se manifiesta. Sin embargo la principal enseñanza contenida en este código simbólico se halla en el propio nombre Mito que equivale a misterio; mito y misterio provienen de la raíz muein que significa callarse, en alusión al silencio interior con que finalmente debe recibirse la iniciación a estos códigos sagrados y a los misterios de la existencia. Cualquier pequeña investigación nos lleva a comprobar que todas las grandes culturas de la historia, y todos los pueblos arcaicos, han descubierto al principio de su tiempo a sus dioses, es decir, han percibido al Ser Universal expresándose en la naturaleza de su entorno, en su geografía, el paisaje, mares, ríos, fuentes, montañas, volcanes y astros, especialmente se han fijado en el Sol y la Luna. También los han observado en los ritmos y los períodos celestes, en todos los fenómenos naturales y atmosféricos, así como en el efecto que dichas energías tienen sobre el resto de seres, tanto del reino animal, vegetal como mineral y por supuesto humano. Estas relaciones de energías cósmicas y telúricas, productoras de cambios climáticos y rítmicos (tales como lluvias, periodos de sequía, tormentas o la división de las estaciones del año, etc.), y la repercusión de todo ello sobre los ciclos vegetales han mostrado, por ejemplo, a entidades que se revelaban en dichos procesos agrarios, constituyéndose estas revelaciones en el símbolo de la impronta con que los dioses han signado a ese pueblo determinado al otorgarles unos conocimientos y una Tradición cultural y con ella un ligamen con los verdaderos misterios del Universo. Es así que algunas leyendas relacionadas con los símbolos agrarios constituyeron en el tiempo una enseñanza iniciática y espiritual, y el soporte para ciertos rituales mistéricos con los que se transmitía la clave de acceso a la Unidad del Ser a través de sus manifestaciones. En este caso la naturaleza vegetal dado que ésta es una teofanía que muestra de una manera clarísima que todo está indisolublemente ligado, incluida la vida y la muerte o la muerte y la resurrección. Puesto que tiene que ver con nuestros orígenes culturales, nos referiremos en particular al Panteón griego y romano, especialmente para empezar diciendo que es inabarcable pues a la gran cantidad de dioses, semidioses, démones, héroes y ninfas que legislan el Universo, se une una larga lista de aventuras verdaderamente muy enigmáticas, ya que a veces idénticos dioses aparecen asociados entre sí con parentescos diferentes y nacimientos producidos en distintos lugares y circunstancias, y otras cosas imposibles desde un punto de vista plano o rasante, pero que cobran significado a medida que se comprende el sentido trascendente que tienen estas leyendas y se comprueba que tratan de ideas arquetípicas, esenciales para la verdadera vida intelectual y espiritual del hombre, ya que suponen modelos ejemplares a seguir por éste. Se ha comparado la mitología greco-romana con la de las culturas hindúes y precolombinas, en especial la azteca y la maya, por la cantidad de dioses que todos estos pueblos llegaron a conocer y de los que se alimentaron para crear sus grandes civilizaciones. En efecto, para toda sociedad que se organiza bajo los patrones de sus dioses, todo acto es un rito, esto es, un gesto o comprensión realizado de acuerdo a un orden arquetípico, ritmado al compás de los ciclos cósmicos y telúricos. En este sentido los ritos agrarios nacen con la agricultura, que es celeste y terrestre a la vez, como también es el caso de la construcción íntimamente ligada con la agricultura, pues ambas surgen del asentamiento de los pueblos, y de los que organizan el espacio y el tiempo mediante la creación de calendarios cosmogónicos, que son por ello reveladores de la realidad del mito como vehículo de lo suprahumano y supracósmico. Es por ser arquetípica que la historia mítica actúa como transmisora de un Saber inmemorial y suprahumano ligado con el misterio de la Creación. Por eso la mitología y el conocimiento que ella vehicula constituyen un medio para ponernos en relación con el plano donde nacen las ideas, plano que en el mapa del árbol cabalístico se sitúa en Atsiluth.2

 


Deméter. Relieve

Se trata de un conocimiento, el que vehicula el mito, que nos ayuda a ver que nuestra existencia y la del Universo tienen un Principio que por definición es anterior a toda creación o determinación. Ese Principio, o Unidad, al manifestarse crea también las relaciones y las jerarquías entre los dioses. Por eso descubrir los arquetipos y las ideas con las que estos se expresan e identificarlas en nosotros mismos supone vivir en el mundo inteligible al que alude Platón, lo que nos ubica inmediatamente en un tiempo completamente otro al ordinario o profano. Es el tiempo de los dioses, el tiempo sagrado de los orígenes que se hace presente y coexiste con el tiempo de los hombres, y es esta coexistencia en verdad la que salva o rescata al hombre al darle la posibilidad de reconocer sus estados superiores, pues precisamente hacia la toma de conciencia de esos estados conduce la iniciación a los misterios.
Continúa en  la "Revista SYMBOLOS. Arte - Cultura  - Gnosis".